Mi padre dice que Halloween en una fiesta tan “no nuestra” que debería irse tal y como ha llegado. Mi hijo dice, por su parte, que es una de “sus fiestas” favoritas. Y, entre medias, estoy yo, que ni la considero ajena ni la considero propia, y mientras me decido, comienzo a cogerle el gustito a disfrazarme de fantasma entre el verano y la Navidad, además de comer galletas terroríficas mientras veo una peli de miedo la noche del 31 de octubre. Pero ¿cuál es el origen de esta festividad y cómo llega a España?
La palabra Halloween deriva de la antigua expresión inglesa All Hallow´s Eve, que significa “víspera de Todos los Santos”. Tiene su origen en la festividad celta de Samhain, y la festividad cristiana del Día de Todos los Santos.
Entre los celtas -antiguos pobladores de Europa Oriental, Occidental y parte de Asia Menor- habitaban los sacerdotes paganos llamados druidas, quienes creían en la inmortalidad del alma que, según ellos, se introducía en otra persona al abandonar un cuerpo sin vida, regresando el 31 de octubre a su antiguo hogar para pedir comida a sus moradores, quienes estaban obligados a hacer provisión de ella. Así, las almas de los difuntos siguen regresando durante el Día de los Muertos para disfrutar de los altares, que son llenados de objetos que reflejan algún aspecto de su vida, fotografías, velas y flores, que se llevarán al cementerio al siguiente día.
Los procesos migratorios y la gran hambruna irlandesa de 1840, hicieron que la festividad llegara al norte de América, que a finales del siglo XIX la adoptó como suya. Los inmigrantes irlandeses fueron los principales responsables de que, además de arraigarse en Estados Unidos, también lo hiciera en Canadá y otros países, con algunas variaciones. Fueron ellos quienes, aprovechando que la calabaza era una planta autóctona de la región a la que habían llegado, difundieron la costumbre de convertirla en una lámpara, inspirándose en la leyenda de Jack el tacaño.
La fiesta comenzó a masificarse en 1921, cuando Minnesota celebró su primer desfile de Halloween. Luego le siguieron otros estados. Su internacionalización comenzó a finales de los años ´70 y principios de los ´80, gracias al cine y las series de televisión, que también llegaron a España. Pero no es sino hasta finales de los ´90 y comienzos del siglo XXI, cuando comienza a hacerse un hueco en el calendario español de fiestas, muy a pesar de mi padre, quien defiende que en algunas zonas de influencia celta de Galicia y Asturias, ya existía la tradición de celebrar el Día de los Difuntos. “Así que eso de Halloween es un invento anglosajón, como tantos otros modernismos”, defiende mi padre.
Así las cosas, mi padre no recuerda haber celebrado Halloween, jamás. Yo, por mi parte, recuerdo algunas películas de Hollywood, autoras de muchas de mis pesadillas de juventud. Pero mi hijo… Ah! mi hijo recuerda todo, porque desde que nació, está celebrando Halloween en la guardería y el colegio, comiendo tartas embrujadas y rompiendo piñatas de calabaza. Y es que, año tras año, tengo que ingeniármelas para disfrazarle de momia, calavera, diablo, vampiro y de: “monstruo singular, papá” (o sea, diferente a sus amiguitos).
No puedo negar que las tiendas y grandes superficies me hacen cada vez más fácil esto de que mi hijo celebre Halloween. No en vano comenzamos a ver disfraces, calabazas y telarañas en los escaparates desde el mes de septiembre (para darnos tiempo a escoger, claro). Y me pregunto yo, con la inevitable globalización y, además, la crisis que está cayendo, ¿por qué no darle una oportunidad a Halloween si, al fin y al cabo, contribuye a reactivar la economía?
Estoy convencido de que, la de mi hijo, será una “generación Halloween”, esa que pensará que es una fiesta de las de “toda la vida”, transmitiéndola a sus hijos con total normalidad, y éstos a los suyos, y así sucesivamente. Es cuestión de tiempo.
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